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lunes, 11 de febrero de 2019

LA HISTORIA DEL CÓMIC EUROPEO O FRANCOBELGA: LA BANDE DESSINÉE (PARTE 3 DE 3)

¡Ay, qué pena... y qué felicidad!

Para los que habéis seguido esta historia, para los que llegáis ahora y para los que llegaréis mañana, ¡aquí va la tercera y última parte de la Historia del cómic europeo o francobelga! Para mí, tal vez la más apasionante...



Antes de nada, aquí tienes los enlaces a la primera y segunda parte:


Y ahora sí: Retomemos por donde íbamos...

¡1975!

Nace la revista humorística y que también tuvo gran peso, Fluide Glacial. Gotlib es su máximo exponente, pero por ella pasarán autores de la talla de Franquin o Moebius.

¡1978!

Nace la revista À Suivre, al amparo de la que se convertiría dos años más tarde en Casterman. De tirada mensual y centrada en historias por entregas, por ella pasaron grandísimos nombres. La revista abogaba por un tono adulto, pero sin poner el foco en el humor, la violencia o el sexo, como lo hacían L’Echo des savanes, Metal Hurlant o Fluide Glacial, como ya vimos en las entradas anteriores. Debido a ese origen "comercial", al contrario que las otras grandes revistas, se la consideró una “vuelta al redil” de las prácticas comerciales seguras. 

Sus autores destacados fueron:

- Tardi y Forest. Ici-même (1978), Adele (1980), La guerra de las trincheras (1983).

- El italiano Hugo Pratt. (1978).

- Milo Manara. Las aventuras de Giuseppe Bergman (1978) -eran un homenaje a las aventuras de Hugo Pratt-.

- Didier Comès. Silencio (1980).

- Daniel Torres. Roco Vargas (1984).

- Benoît Peeters y Schuiten. Las ciudades oscuras (1986).

- François Boucq. Historia de Cyann (1993). 


Pero estos años no solo trajeron grandes artistas y grandes obras, sino que el colectivo de autores francobelgas logró lo que todavía ningún historietista en el mundo había logrado: un precio digno por cada página publicada en revistas, el reconocimiento de la propiedad de sus obras, el control de los derechos de autor que estas devengaban por su publicación en álbumes y en países extranjeros, la devolución de originales y su condición de periodistas como colaboradores habituales de prensa especializada. Fruto de todo ello, las revistas dejaron de ofrecer los mismos beneficios a los editores, y los álbumes se convirtieron en la única fuente de ingresos “decente”. Fue así que las editoriales empezaron a reducir el tiempo de publicación de un álbum: de los dos años, pasaron a pocos meses, y después incluso al mismo momento en que la historia concluía en la revista. Y fue así que, el formato que dio vida a las viñetas francobelgas en las primeras décadas del siglo XX, firmó su sentencia de muerte. No es que la revistas no vendieran; es que no eran rentables. Pero antes de explicar estos hechos, hemos de parar en cinco años BRUTALES...

¡1980-1990! El punto álgido, MUY, MUY ÁLGIDO (1980-1985) y el declive (1985 en adelante).

Con la entrada de los 80 era clara la tendencia de la bande dessinée hacia una línea más madura y literaria. Así, en esta década se introducen temas de mayor complejidad en revistas como Pilote o Tintín, uniéndose a este carro, pero sin abandonar la aventura como eje central.

Así, las historias de Cosey en la revista Tintín, como Viaje a Italia (1984) o En busca de Peter Pan (1984), son un fiel reflejo de ello. Incluso Jonathan, su saga aventurera de cabecera, también tendría capítulos que virarían hacia este nuevo tono. 


Enki Bilal en Pilote, con Partida de Caza o su trilogía Nikopol.

Moebius y Jodorowsky, de Metal Hurlant, con El incal.

Benôit Peeters y Schuiten, con Las ciudades oscuras o La fiebre de Urbicanda.

Bourgeon, con Los pasajeros del tiempo –con él, empieza a ganar más peso el género histórico-.

Hermann, en Spirou, con Jeremiah (1983) o en Glenat, con Las torres de Bois-Maury (1984).

Van Hamme, con Thorgal –con Rosinski-, XIII, Largo Winch o Maestros cerveceros.

Loisel, con La búsqueda del pájaro del tiempo o Peter pan.

Por desgracia, hacia la segunda mitad de la década, la situación del cómic francobelga empieza su declive. El grandísimo aluvión de revistas de la década anterior y demás (en estas tres entradas solo he mentado algunas de las más significativas, pero hubo muchas más) evidenció un crecimiento desmesurado, y el mercado tocó techo.

Como te he comentado más arriba, los primeros síntomas de esta crisis hay que buscarlos en la propia dinámica del mercado francobelga: al potenciar el mercado de álbumes (más de 700 a finales de 1980), el lector prefiere esperar unos pocos meses y comprar la obra recopilada en vez de adquirir las revistas en donde esta se publica por entregas, donde la calidad es peor. 
La problemática vino porque las revistas no solo eran un formato donde publicar historias, sino que funcionaban como herramientas promocionales para los álbumes, así que con la desaparición de muchas de ellas a lo largo de la década de los 90 -unido a la sobreproducción de los álbumes, entre otros factores, por supuesto-, las ventas de los álbumes cayeron vertiginosamente.

Esto provoca una involución a los orígenes de la bd -a lo que siempre había funcionado (¡nada de expermientos, hay que vender!)-, centrado sobre todo en la aventura, aunque también fantasía y ciencia ficción, pero con un tono adulto.

¡1990- 2000!

Todas las grandes revista cierran o se fusionan en la amalgama de grandes sellos editoriales: solo sobrevivieron –y lo siguen haciendo- Spirou y Fluide Glacial, de las míticas.

En esta época comienza a imponerse una mentalidad comercial de “búsqueda de éxitos” y riesgo mínimo. Esto pasaría así, casi al mismo tiempo, en EEUU y Japón. Se buscaban repetir las fórmulas que más ventas conseguían, quedando todo nuevamente más encorsetado.

¡Pero esto no podía quedar así! Y hubo quien se erigió en mitad de esa época "oscura" -permitidme tomarme esta licencia-: dos fueron las editoriales que se alzaron como baluartes del cómic independiente francobelga, resistiendo a esta tendencia. Futurópolis (de la que ya te he hablado), y L’Association, fundada por Jean-Christophe Menu. Con una mentalidad anti-industria, esta última edita cómic alejados de los cánones establecidos. L'Association nace del movimiento conocido como Nouvelle bandeé desineé y, en contra del ya normalizado álbum de 48 páginas, a color, en papel brillante y en tapa dura, publica solo libros en rústica, b/n y en distintos tamaños y formas. En vez de aventuras y espada y brujería, tan de moda, se centra en el género autobiográfico. Y en contraposición con la línea clara, adopta
un grafismo sencillo y feísta. Gracias a su tono, la editorial creó un sentimiento de comunidad con sus lectores, pues los autores a menudo hablaban de su vida y sus propias experiencias, creando un vínculo más estrecho con los lectores.

Tras Futurópolis y L'Association, surgirían otras que seguirán los mismos pasos, como Amok, Ego Comme X, Cornelius o Éditions Rackhan.

Los autores a destacar de este movimiento son:

- Lewis Trondheim. Les formidables aventures de Lapinot (1992).

- Joann Sfar. El pequeño mundo del golem (1998).

- David B. La ascensión del gran mal (1996).

- Marjane Satrapi. Persépolis (2000), que catapultó a L’Association al mundo de las superventas -¡quién lo iba a decir!-. 


- Guibert. La guerra de Alan (2000).

- Blutch. Le petit Christian (1998).

- Guy Delisle. Reflexion (1996), Pyongyang (2003). 

La obra cumbre publicada en L'Association fue Comix 2000, un tocho que recopilaba historias de 324 autores de distintas nacionalidades, todas mudas. Fue el máximo exponente de internacionalización del medio, y toda una declaración del cómic como medio de comunicación universal.

Hacia 1995, las grandes editoriales vieron un nicho de mercado también en esos lectores de editoriales pequeñas e independientes -¡já!-, y eso hizo que abrieran su estricto cerco a géneros que se salían de los típicos nuevamente.

Como cabía esperar -y sin reprochar absolutamente nada-, movidos por el factor económico o por las posibilidades del color, muchos autores de L’Association terminaron cambiando de bando hacia las grandes editoriales. Sería el caso de Trondheim y Sfar (La mazmorra, 1998), Sfar (El gato del rabino, 2002, Klezmer, 2005), David B. (Capitán escarlata, 2000, Complots nocturnos, 2005), Delisle (Crónicas Birmanas, 2007) y Guibert (El fotógrafo, 2003). Y otros que reaparecerían con más peso, como Christophe Blain (Isaac el pirata, 2001).

También se produjo ya a gran escala la internacionalización del medio, llegando autores en masa al mercado francobelga, como los españoles Hernández cava y Segui (Las Serpientes ciegas, Hágase el caos), Robledo y Toledano (Ken Games) y, por supuesto, Canales y Guarnido (Blacksad, 2000).

En estos años también aparece Vivès, el suizo Peeters, Gipi, Paco Roca, Altarriba y Kim, Dufaux, Dorison, Fabien Nury, El Torres, Arleston, Jean-luc Istin, Zidrou, José Luis Munuera… Y bueno, el resto, podríamos decir, lo estamos viviendo ahora.


Hasta aquí mi pequeño y siempre humilde análisis de la Historia del cómic francobelga. Espero haberte iluminado algo más este maravilloso mundo que es el cómic europeo, que no todo es manga, DC, Marvel o Remender. Y, sobre todo, espero haber estado a la altura de tamaño relato. Juro -ya que estamos en Júralo por mí- que lo he hecho con la mejor de mis intenciones, que he tratado de documentarme a conciencia y que, pese a todos los matices, omisiones o errores que pueda y seguro habré cometido, te quedes con el amor que siento por este medio. 

¡Siempre dispuesto a charlar contigo de cómics -europeos, a poder ser-, se despide de ti Dani S.!

La lectura enriquece el alma,

Dani S.