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miércoles, 23 de septiembre de 2015

LAS FLORES DEL MAL, UN MANGA DE SHUZO OSHIMI

¿Qué tal, mis ávidos lectores de cómics? Hoy vengo a hablaros de un álbum europeo que está arrasando en Francia y es, de hecho, Top 1 en ventas actualmente en el país galo. Me refiero a LES FLEURS DU MAL, guionizado y dibujado por Shuzo Oshimi…





¿Cómo? ¿Que no me creéis? ¡JA! Demasiado tarde, ya he captado vuestra atención con este astuto giro argumental. ¡Hora de recuperar el manga en nuestro blogger! Hoy vengo a hablaros de Las Flores del Mal, o, en nipón, AKU NO HANA, obra de Shuzo Oshimi.

Breve introducción: conocí este manga por pura casualidad consultando las recomendaciones de una web amija –¡a las enemijas ni agua!-. Me llamó la atención y decidí darle una oportunidad.

Eso fue hace dos días.

Sí, ya lo he acabado. Me ha impactado, para qué negarlo.


¿De qué va?

 
La historia nos presenta a Takao Kasuga, un joven estudiante japonés bastante pusilánime que encuentra en la literatura su pasión y un refugio para sentirse diferente a los chavales que le rodean. Takao siente particular atracción por Charles Baudelaire, hasta el punto de que su libro favorito es Les Fleurs du Mal, obra de la que toma prestado el nombre, no sin pocas casualidades, este manga.



Inciso: Les Fleurs du Mal es una antología de poemas que Baudelaire publicó en 1857. La obra trata temas como el sexo, la muerte, lo morboso y el vacío existencial. Como podéis imaginar, Baudelaire sembró cierta polémica en el contexto histórico en el que publicó esta antología de poemas, bastante corrosivos para la moral de la época, lo que condenó a la obra a ser censurada. Desde 1949 puede leerse en su totalidad. 

Takao está perdidamente enamorado de Nanako Saeki, chica de su misma clase que, además de ser una brillante estudiante, es la más bella del aula –cuán impredecible-. Sin embargo, Takao es más seco que la mojama y no puede ni siquiera mirar fijamente a la chica de sus sueños, a la que considera su musa, algo así como un ideal de pureza.

Como es tradición en incontables mangas sobre adolescentes, hay un tercer personaje en juego para completar el triángulo protagonista y multiplicar las posibilidades dramáticas. Ese tercer personaje es Sawa Nakamura, la chica más problemática de la clase –y de la ciudad entera, si me apuráis-. De carácter impredecible, Sawa es una silenciosa y ausente figura en el aula que se sienta justo a la espalda de Takao.


Todo comienza cuando Takao, al salir de clase y ya de camino a casa, descubre que ha olvidado su ejemplar de Las Flores del Mal en su pupitre. Decide volver a recuperarlo y, por casualidad, descubre que la ropa de gimnasia de Nanako yace en el suelo del aula. El joven, en un arrebato, se llevará las prendas de su amada, sin saber el largo descenso al infierno que está a punto de comenzar.

Al día siguiente, el rumor de que un pervertido ha robado la ropa de Nanako comienza a circular por la clase y, como podréis imaginar, Takao siente una vergüenza indescriptible, lamentando su error. Pero para el joven esto no ha hecho nada más que comenzar, puesto que hay un testigo de los hechos que está dispuesto a hacérselo pagar muy, muy caro: Sawa Nakamura.

A partir de aquí, -que son unas pocas páginas del primer tomo, por cierto-, Sawa se revela como una femme fatale de manual, manipulando a Takao a su antojo bajo la amenaza de revelar lo acontecido y convirtiéndolo así en su títere.

El lector occidental que se interese por este manga debe comprender una cosa: mientras que el detonante de la historia puede parecer algo light para nosotros -¿Robar un chándal? Seriously?-, para un japonés es algo bastante serio. Si tenéis unas mínimas nociones del país nipón, sabréis que en el caso de los japoneses se aplica la expresión “la procesión va por dentro”. La sociedad japonesa es extraordinariamente formal y el sentimiento del colectivo aplasta cualquier destello de individualismo. Por ser más gráfico si cabe, recurriré a la anécdota de Kengo Hanazawa, autor de I am a Hero, que explicaba la sociedad japonesa como una tabla de madera en la que cada japonés es un clavo perfectamente incrustado. Si un clavo está ligeramente por encima de los demás, se le da un martillazo. O dos. O los que hagan falta. Hasta que vuelva a estar perfectamente incrustado.


Los japoneses –además de ser acusados con alevosía de vagos y maleantes en este blogger por no colorear sus cómics-, son una cultura a la que con frecuencia se tacha de pervertida y fetichista, cuando quizás convendría pensar cómo actuaríamos nosotros en un clima de absoluta represión de los sentimientos individuales –no sólo sexuales- ante la profunda raigambre de la jerarquía de lo social y el colectivo. Y qué queréis que os diga, amijos, por algún lado tendrán que desahogarse los angelicos.

Las Flores del Mal, que, creo, ha sido tildada erróneamente de “thriller sobre el acoso escolar”, es mucho más que eso. Como los propios japoneses, el tema del acoso escolar es patente, pero definirla como tal es rasgar tímidamente el velo. Lo más acertado, creo, es decir que es una historia de sentimientos muy potentes como el amor, la obsesión, la perversión, la locura y el vacío existencial. Vaya, la obra de Baudelaire aplicada a lo bestia a unos adolescentes desnortados cuya personalidad aún está pendiente de forja.

Aquellos que le deis una oportunidad, algo que os recomiendo, os vais a encontrar con una lectura muy ágil, intensa y cruel. Muy cruel. El cómic está muy bien orquestado por Shuzo Oshimi. El autor ha reflejado en sus protagonistas Takao y Sawa una malsana relación reminiscente de la que llevó el mismo Baudelaire con su propia mujer fatal, Jeanne Duval. Y por si fuera poco, al crescendo de maldades al que Sawa somete a Takao hay que sumar la calculada disposición de buenos cliffhangers al final de cada tomo, lo que nos deja tiritando de intriga, generando la sensación de estar acompañando a Takao en un verdadero descenso al inframundo.

A lo largo de la historia, los tres personajes protagonistas experimentan una notable evolución, si bien la más interesante y acentuada, sin lugar a dudas, es el personaje de Nanako, con algunas de las escenas más impactantes del manga. Aunque, eso sí, la estrella de la función es la villana absoluta, Sawa, que sin embargo, queda algo deslucida hacia el desenlace del manga.



Merece la pena destacar también que la historia tiene dos partes bien diferenciadas. La primera, que abarca, si no me falla la memoria, los primeros 34 capítulos, trascurren a un ritmo excelente, sin decaer en interés y con constantes secuencias dramáticas. A partir de entonces y hasta el episodio final, el 57, Oshimi elabora una suerte de epílogo –bastante largo, como podéis comprobar- que con suma calma se centra en reflexionar sobre la imposibilidad de huir del pasado y la necesidad de perseverar con las cicatrices que han quedado por el camino.

El final es el que tiene que ser desde una perspectiva coherente con el devenir de los hechos. Quizás se antoje una traca final poco espectacular, pero, como digo, casa bien con lo narrado anteriormente y con el tono triste del relato.

Las Flores del Mal es, en definitiva, un manga arriesgado, nada comercial. Una lectura atrapante, incómoda por momentos, que exhibe una historia dura y profunda. Sin duda es un tebeo muy agradecido para una relectura a pesar de que no es perfecto y confía todo su impacto al vertiginoso y emocionante nudo de la historia.

Para los interesados, tenéis un anime basado en esta obra realizado mediante rotoscopia (al estilo A Scanner Darkly). Me parece horripilante a la par que hilarante, aquí lo digo. Es una técnica que desmerece el notable dibujo del tebeo. Pero…

Vosotros mismos, amijos.

¡Salud y… un buen cómic!

+Lo mejor: Una lectura inmersiva y potente con una femme fatale para el recuerdo. No os dejará indiferentes.

+Lo peor: El epílogo, aunque no es desastroso, es demasiado largo y el final no aguanta la comparación con el vertiginoso nudo del tebeo.


J.